2000 - II
Desde que le dieron la noticia sobre la beca, el de por sí desbordante ego de Edemege empezó un ascenso hacia las nubes. Constantemente hablaba de cómo se convertiría en el rey del universo y nos daría trabajo a todos nosotros como vasallos de lujo, parloteaba sobre las mansiones bañadas de oro que se compraría, y describía con detalle puerco a las mamacitas pelirrojas y chichonas que se cogería desde el instante en que pisara suelo galés.
No sabíamos si reír o llorar. Así que hicimos las dos.
Lo convertimos en un personaje. Imitábamos su voz, sus gestos y sus frases más usadas. No lo hacíamos a sus espaldas, él disfrutaba que lo parodiáramos, le hacía gracia y se sentía importante –vamos, lo era–. Pero, conforme su partida a Gales se acercaba, Edemege iba superando la caricatura que habíamos creado de él. Y a mí me empezaba a dar miedo.
Un día, mientras él y yo contemplábamos a los chairos de LA jardinera, la clase dominante en la prepa, él perdió el estilo. Se puso a vociferar su desprecio hacia esos ilusos que pretendían cambiar el mundo, su repulsión hacia la suciedad en sus pelos, el tremendísimo asco que le provocaban su música y sus ropas e ideas. Pero ya no era el "pinchichairomugroso feo" de rutina, sino un ODIO con todas sus letras, un resentimiento explosivo, una ojeriza cancerosa que llevaba mucho tiempo gestándose. Los ojos se le desorbitaron, yo no lo reconocí, y no pude decir nada.
En su fiesta de despedida, en la casa de Iztapalapa de un güey llamado "El Rojo" –que tenía gansos y sospechábamos que se los cogía–, Edemege me pidió "hablar conmigo" unos minutos. Me dijo que le daba asco el novio que yo tenía (un metalero de pocas palabras), que si no lo cortaba él no podría escribirme desde Gales, que debería buscarme alguien con visión empresarial, con actitud, con verbo, con varo, con futuro. Y que yo tenía que cambiar, porque si no era más ambiciosa no llegaría a ningún lado, y que entonces cómo me iba a dar trabajo cuando fuera el PRESIDENTE VITALICIO DEL UNIVERSO. Y yo me enojé, porque a él qué le importaba, él qué sabía lo que a mí me interesaba, él qué chingados coños puta madre buaaaaah. Y sentí las lágrimas brotar a borbotones, y apreté los labios, y me sentí muy ofendida pero incapaz de confrotarlo, así que me di la vuelta y regresé a la fiesta y me puse a ver cómo
Tiburrock hacía el ridículo para poder reírme y olvidar el pinche dolor.
Sniff.
Llegó el último día de Edemege en México. Iván, Mario, Lüge, Richie y yo fuimos al aeropuerto a decirle adiós. Hubo lágrimas, pero no eran "puras" como las de antes, sino un revoltijo de sentimientos, una cosa muy rara. Cuando se dirigió a las salas de abordaje y lo perdimos de vista, su mamá soltó el moco.
–¿Crees que regrese?– me preguntó.
–Claro que sí– la consolé, pero la neta no estaba muy segura.
Lüge nos llevó de vuelta a la prepa en su vochito. Estábamos tristes, pero también aliviados. En el camino cantamos "
Shabadabadaba" a todo pulmón, y fue una experiencia liberadora: Edemege jamás nos hubiera permitido corear una canción pop, ni-de-broma.
Durante sus últimas semanas en México, Iván, Vilchis, Mario y yo habíamos empezado un cortometraje de animación en plastilina llamado
La última pesadilla de Edemege. Trataba sobre su trayecto de México a Gales, y los sueños/pesadillas que iba teniendo en el avión: su llegada al paraíso –Gales– y cómo lo expulsaban de él por no hablar inglés, el descubrimiento de una tienda metalera atendida por
Steve Harris y
Björn Gelotte de la que lo corrían por mexicano, y el baile donde se enamoraba de una chica musulmana.
Es una verdadera lástima que no tengamos esa joya de la cinematografía casera (pinche Iván, ¿cómo lo fuiste a perder?
Diego, deberías hurgar entre los casetitos prehispánicos, qué tal que lo encuentras, estaría finísimo subirlo a YouTube), y que su protagonista no haya alcanzado a verlo terminado.
A nosotros nos gustaba verlo una y otra vez. Por más pesado que fuera el Edemegito de plastilina, seguía siendo tremendamente simpático.
2001 - I
La mamonería de Mario llegó a su auge. Se le quitó lo metalero y empezó a despreciarme por dedicarle demasiado tiempo a la música, a perseguir bandas, a los conciertos, a mis amigos músicos. Me regañaba por no hacer nada "de provecho". Yo sólo pensaba: tengo 17 años, ya haré cosas de provecho después. Pero igual me sentía de la verga.
Aunque no
tan de la verga. Porque, aunque fuera del otro lado del Atlántico, tenía un apoyo incondicional llamado Edemege.
¿O no?
Un día me llamó por teléfono. Estuvo por más de una hora perorando sobre lo MARAVILLOSO que era Gales (aclaraba: no como México), lo EXTREMADAMENTE alto del nivel académico de su escuela (aclaraba: no como la Prepa 6), lo INCREÍBLEMENTE bellas que eran las mujeres allá (aclaraba: no como las chilangas), lo INTOXICANTEMENTE deliciosa que era la comida (aclaraba: no como los tacos), lo APABULLANTEMENTE feliz que estaba (aclaraba: no como aquí). Y así todo el rato, sin permitirme colar una sola palabra en el supuesto diálogo... aunque la verdad no hubiera sabido qué decir.
Cuando colgué supe que lo había perdido.
Y entonces, por primera vez desde mi etapa suicida de los ocho años, me sentí absoluta y encabronadamente sola.
2001 - II
Edemege vino a pasar sus vacaciones de verano. Lo vimos sólo para corroborar que se había convertido en un monstruo.
Un día nos acompañó a mi mamá y a mí a ver unos depas. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero mi mamá dijo algo así como "...sí, y ese chavo era moreno, más o menos como tú, Edemege". Y el güey, como para desmentir semejante grosería, se puso pálido. "¡Yo no soy morenooooo!". Bueno, lo que tú digas.
También su derechismo era novedad para mí. Durante un viaje General Anaya - San Cosme me vino explicando por qué deberían privatizar el metro. Acababan de vender Banamex, y él estaba feliz. No veía la hora en que México se deshiciera de Pémex. Etcétera. Y mis oídos chairos nomás sangraban y sangraban copiosamente.
Y ni porque traía yo un novio guapo, güero y simpático, Edemex me dejó en paz con eso de mi vida amorosa. "Ya te dije que te busques a alguien con actitud." ¿Actitud de qué o cómo? Grgrgrgr.
No me quedaron ganas de verlo más.
2002 y pa'l real
A partir de aquí todos los recuerdos son borrosos. Bloqueé a Edemege de mi vida, de mi mente, de mi Messenger.
Sé que se le fue olvidando el español, que cada vez hablaba más con acentouuuuu, que a veces ya de plano nos escribía en inglés.
Sé que se fue a estudiar al estado de Nuevayor, a Hamilton College, y que seguía siendo un deportista-mamado-inmamable.
Sé que tuvo un blog, pero yo ni lo leí.
Cuando venía a México yo no lo quería ver, no quería y no y que no. Hace años tuve un ilutrativo sueño sobre él y lo escribí en mi blog. Eran los tiempos en que nadie lo leía y podía hablar de quien se me diera la gana.
Luego lo borré, porque Mario le pasó mi url a Edemege, y a mí me daba miedo y pena que lo leyera. Pero ahora no, lo reescribo:
Se suponía que Edemege iba a venir a México en unos meses. La idea no me hacía feliz, pero como todavía faltaba un rato, ps yo estaba muy tranquila. Un día estaba yo comiendo quesadillas en un puesto callejero, muy quitada de la pena, cuando de pronto aparecía Edemege en persona. Nomás que no era el nuevo Edemege mamey y de pelo corto y traje de diseñador, sino mi amigo el panzoncillo de largos chinos y eterna chamarrita negra llena de pelusas. Igual yo me sacaba un chingo de onda y le preguntaba: "¿Qué haces aquí? Según llegabas hasta dentro de unos meses, ¿no?" Y él me respondía: "No, pues cómo ves que ya llegué". Luego había un silencio incómodo, y entonces pasó lo más insólito que jamás me ha pasado mientras estoy dormida: el Edemege del sueño se empezaba a reír y me decía: "¡Naaaah! ¡Te la creíste! ¡Sólo soy un sueño!"
La última vez que vino a México le dijo a Mario, enfrente de su novia –la de Mario, no la de Edemege–: "Mariou, estoi orguioso de que haias conseguidou novia así de guapah, porque aunque es morenah es mui bonita".
Ella ni siquiera dudó si reír o llorar. Esa mamada
tenía que ser una broma.
Pero cuando me lo platicaron yo supe que
no lo había sido.
Menos mal que el "chistecito" no me tocó a mí. Porque a pesar de los años, a pesar de la dizque barrera que le había puesto, a pesar de la distancia –en todos los sentidos–, lo que dijera ese cabrón me seguía calando, para bien o para mal.
Grgrggr.
***
Ayer mi amigo Óscar –al que conocí poco después de la partida de Edemege a Gales–, tras de leer esta serie de posts, me dijo que siempre había creído que ese güei era un producto de mi imaginación.
Ya quisiera yo. Mi creatividad no da para un personaje de ese tamaño. Y ninguna ficción es capaz de zarandearme tan duro como cada uno de los recuerdos que tengo de Edemege.
Y aunque intente enterrarlo en lo más recóndito de mis
fruti lupis, el cabrón ya es inmortal.
***
No continuará, pero mañana habrá un epílogo.
Etiquetas: edemege, pasado remoto