Y no sólo por lo chida que está. Ayer fui a verla (¡en viernes!) a WTC. En la sala había un grupo de no una no dos no tres no cuatro no cinco sino SEIS viejitas, llenas de palomitas y paraguas y tinte para el cabello, medio sordas y por ende MÁS gritonas. También abundaban parejas de oficinistas, obsesionados ellos con impresionar a sus secretariales mushashas haciéndose los chistositos, complacientes ellas con risotadas seductoras.
Pero a los veinte minutos las viejitas salieron corriendo, espantadísimas, seguramente a beber té y comprar charpitas a Sears. A la media hora, una pareja se fue (ella taconeando, él dejando un rastro de palomitas a su paso). En los siguientes minutos, otros siguieron su ejemplo. Habrán preferido ir a Office Max a ver portafolios y engrapadoras (¿qué hacen los oficinistas para divertirse, además de ruido?).
Entonces: en todas las películas hay que poner escenas donde se arranquen dientes con un martillo y se coman vivos a los calamares. Sólo así lograremos un ambiente de paz y tranquilidad en las salas de cine.