Mi primer acercamiento con NYC

Tenía seis años y era la niña más espantosa del mundo: pelo esponjoso y malcortado, flaca huesuda, dientes a medio mudar, pálida y sin estilo. Luego les paso más fotos (má, escanéate unas, ¿no?), mientras, sólo está la de este post que ya es todo un clásico. Y así, sin vergüenza, viajé a "los Estados Unidos" (suena bien vacilador el nombre aunque sea el oficial; Miki Guadamur a veces recita en la supercanción "Ahora quiero ser un perro" una parte que a Gabriel y a mí nos mata de risa: "oh amor, aún recuerdo aquel viaje que hicimos a Estados Unidos").

Me quedé en New Jersey, no sé exactamente en qué parte, en casa de la tíabuela salvadoreña y tíoabuelo gringo, en un universo donde el español no existía (y yo, producto de la educación pública, no manejaba ni el pollito-chiquen) y en el que todos me trataban como retrasada mental. Conocí la playa y una ola me tiró a la arena, me mareé mil veces en el coche y vomité idem ocasiones en las pulcras aceras gringas, había una vecina alemana que olía horrible y que siempre me abrazaba. Fueron las peores dos semanas de mi vida. Mi consuelo estaba en ver tele gringa, toda la que pudiera. También en comer cereales de colores y sabores que México nunca había visto. Y ya.

Sólo un día me llevaron a New York City. Me embutieron en un ridículo conjunto de florecitas, me armaron con unos lentes de sol que ni en los noventa estuvieron de moda, y zaz, me llevaron al ciudadonononón (ma, una vez más, ¿tienes por ahí la foto donde estoy ahí toda enclenque y woodyallenesca en Times Square? Es una joya) con el que luego soñaría, pero que nomás no se me había hecho conocer.

Aquel día fuimos al Museo de Historia Natural y yo me puse la aburrida de mi vida. Hice berrinche porque al final, después de toda la tortura, no me compraron más que un sacapuntas en forma de venadito.

Pero 'ora que trabajo y soy una mujer independiente e hijos-free, me voy a comprar más cosas que un venadito-sacapuntas y un conjunto de florecitas. Bigüerrrrrr.