Cosas electorales

Ayer fui a una reunión-peda llena de chairos del Madrid. Junto a mí estaba una chica preciosa: delgada buenérrima, bronceado perfecto, nariz respingona y ojazos color agua puerca. Inmediatamente yo me convertí en masa amorfa de 100 kilos llena de barros, cabello enredado y pies de tamal. Pero eso no es nada nuevo.

Salió el tema de las elecciones. No podía haber grandes discrepancias: supuse que allí no habría polarizaciones y todos le tiraríamos a lo mismo-mismo-mismito. Pero entonces le pregunté (tímidamente) a la despampanancia de mi lado que si sí iba a votar o qué. Me dijo que no, que por convicción. La belleza de sus ojos y mi cara de bistec impidieron que la cuestionara. Dije alguna brillantez como "órale". Minutos después el pimpollo manifestó, ya en plática colectiva, su profunda preocupación ante la posibilidad de que ganara Calderón (específicamente Calderón). Ah, pero su convicción era no hacer nada para evitarlo. Puta madre.

Pero estaba bien buena.