Terapia de choque

Hoy estaba que me llevaba la chingada. Me caía de sueño, hacia un calor endemoniado, el metro estaba hasta la madre, moría de hambre. Cualquier cosa me hacía enojar: el ruido, la gente, los vendedores, los sellitos de cruz en la frente de todos los pasajeros.

En metro Hidalgo de plano me salí y tomé un taxi a mi casa.

Error. El taxista resultó ser ciegamente devoto del Partido Acción Nacional. Se la pasó todo el trayecto hablándome de las maravillas de Creel, y de los intereses mezquinos de López Obrador. La cabeza me iba a explotar ahí mismito, e iba a llenar de sangre y sesos su foto de Vicente Fox y su estampita blanquiazul (¡¡!!).

Justo cuando estaba a punto de bajarme del taxi a medio Insurgentes, azotarle la puerta y gritarle algún improperio, me dio mucha risa cuán ridículamente gacha era la situación. Y me puse de buenas.