Plaqueta y ya

Antes "Verde Plaqueta" (aunque todavía es verde); antes antes "Documentando mi pasado, pa' que haya constancia" (aunque todavía lo documento, y todavía es pa' que conste).

sábado, agosto 07, 2004

Insufribles danzas polinesias positivistas

¿Han estado alguna vez en una presentación dancística de aficionados, muy al estilo de los festivales del día de las madres en las primarias? Probablemente en sus infancias, como yo, que tuve que bailar Colás-Colás-Colás-y-Nicolás adentro de un esponjoso traje de encajes blancos. Pero no es lo mismo estar ahí zapateando un ratito y platicando con los cuates, que ser la pobre mamacita-de-familia que tiene que chutarse TODAS las coreografías que "con mucho cariño en su día" maestras (o "misses", según la naturaleza lucrativa o no de la escuela) con nombres como "Marilú", "Teresita" o "Lupita" han montado. Yo no sé quién les ha dicho que es buena idea ponerle pasos, como diosito les dé a entender, a la música regional elegida. Como si para convertirse en coreógrafo bastaran 3 años de deficiente formación en la Normal de maestros.
Y ahí tenemos a un montón de niños torpes, durante días y días, siendo sometidos a la vejación de los repetitivos ensayos bajo el agresivo sol primaveral. "Hasta que no les salga parejito, no nos vamos al salón, y tampoco pueden tomar agua". Qué Irak ni qué chingados. Ah, pero esto las mamacitas -en su glorioso día- no lo saben. A ellas sólo les toca ver a unos bodoques envueltos como tamales regionales, bailoteando atrozmente las versiones más tristes de "La boda huasteca", "El jarabe mixteco", "La danza de los viejitos", "Guadalajara-Guadalajara", y claro, el celebradísimo "Jarabe tapatío" (que por lo menos está movidito).
Pues ayer me tocó algo parecido. Fue la presentación de los talleres de baile de la UNAM, y fuimos a ver a Itzel, que todo este semestre estuvo en danza árabe y ayer por primera vez aparecería en público. Su esperado número, por desgracia, estuvo precedido por un montón de bailes que, aunque montados por supuestos "profesionales de la danza", se veían iguales que los de cualquier institución-de-educación-básica-dependiente-de-la-sep. Por lo menos no todos fueron regionales (además llegamos tarde y ya nomás nos tocó uno veracruzano donde todos se equivocaban y se daban empujones involuntarios). Hubo "bailes de salón", con unos dones que bailaban tiesos-tiesos como cabello con gel Xiomara, incluso la lambada (¡el baile prohibido!). Había un señor que, no había más explicación, estaba bien borracho: parecía la versión danzonera y panzona de Harpo Marx. Y, hay que reconocerlo, el Charleston estuvo bueno, y yo daría mi alma por bailar como la única que... bailaba (los demás pasoteaban torpemente la coreografía, como seguramente yo lo hubiera hecho).
Lo realmente lamentable fue la saga de bailes polinesio-jagüayanos. Fue horrible, y duró una eternidad. Cuando creías que habían terminado, no, el escenario se llenaba con una nueva camada de mujercitas enseñando la barriga. Medio se movían al ritmo de la soporífera música, mientras un gangoso recitaba poemas que más bien parecían lo dicho por Bob Ross a la hora de pintar un cuadro "con hermosas montañas, árboles felices y paisajes muy suaves". ¡Pesadilla! Realmente me enojé: ¿quién, QUIÉN se mete a una clase de algo tan aburrido? ¿Qué clase de pedagoga hay que ser para preferir eso sobre el tango, los bailes de salón, o las danzas orientales?
Que por cierto, estas últimas, cuando al fin salió Itzel, demostraron ser una gran opción para invertir las tardes. Están movidas, cachondas, y muy vistosas -especialmente con los vestuarios tan chingones que se diseñaron, escandalosamente contrastantes con los trapos de flores mal estampados y escobetas de paja de las polinesias. Felicitaciones a Itzel, que además era la qué mejor se movía del grupo: ella era de las que bailaban, no de las que nomás memorizaron la coreografía y pasito un-dos-tres.
Pero volviendo a los demás, *suspiro de desaprobación*. Supongo que ha de ser difícil poner a bailar a un montón de piedras que se inscriben a un taller de danza como bien hubieran podido meterse a clases de macramé, programación neurolingüística o inglés para administradores. Sin embargo, ¿es realmente necesario que las coreografías sean así de aburridas, iguales a todo lo ya visto, pasito pa' acá, pasito pa' allá, ahora nos juntamos y luego nos separamos? Insisto, se nota demasiado que se aprendieron de memoria los pasos, como si fueran las tablas de multiplicar, y que no se divirtieron mucho que digamos en el proceso.
Pero yo qué digo, si nunca pude aprenderme la coreografía de "La Macarena". Ya no digamos la de "Aserejé".

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